El burnout es un problema real y que va en aumento. Según un artículo de Gallup publicado en diciembre de 2021, las y los empleados que sufren burnout tienen un 23 % más de probabilidades de acabar en la sala de emergencias de los hospitales, 63 % más de probabilidades de tener que tomar días de incapacidad, y 2.6 veces más de probabilidades de renunciar a trabajo. El burnout es un problema grave no solo para la salud física, emocional y mental de las personas, sino para los lugares de trabajo.
No obstante, este problema no afecta de igual manera a los hombres y a las mujeres. Según el reporte de “Women in the workplace 2021” de McKinsey y LeanIn, las mujeres sufren aún más burnout que en 2020, y la brecha entre hombres y mujeres de este síndrome, casi se ha duplicado. “En 2020, 1 de cada 3 mujeres 1 de cada 3 mujeres consideró dejar la fuerza laboral o cambiar de carrera, un aumento significativo de 1 de cada 4 en los primeros meses de la pandemia.” En 2021, 42% de las mujeres dicen haber vivido burnout a menudo o casi siempre, en comparación con el 35% de los hombres.
Las mujeres sufren más burnout y la causa primordial de ello está relacionada con las labores de cuidados que realizan y las consecuencias de ello en su vida laboral. En México, las mujeres realizan casi 3 veces más este tipo de trabajo que los hombres. Las mujeres cuidan, atienden y alimentan a la mayoría de las personas (recordemos que todas necesitamos de cuidados y algunas personas, además, de cuidados especiales como las niñas y niños, las personas mayores, o las personas con alguna discapacidad). En 2020, según datos del INEGI, el valor económico de las labores domésticas y de cuidados representó un monto de 6.4 billones de pesos, lo que equivale al 27.6% del PIB del país. “De este monto, las mujeres contribuyeron con 73.3%, mientras que los hombres lo hicieron con 26.7%, es decir, las mujeres aportaron 2.7 veces más valor económico que los hombres por sus actividades de labores domésticas y de cuidados en el hogar.”
Las mujeres no solo tienen que dedicar su tiempo al trabajo profesional, sino a las tareas domésticas y de cuidados en cualquier esquema en el que se encuentren (es decir, solteras o en pareja). Esto les quita, en México, casi 40 horas semanales (39.7 horas según datos de INEGI, versus 15 horas que dedican los hombres a esas tareas semanalmente). Esta pobreza de tiempo que lleva -fatalmente- al burnout, tiene 3 consecuencias inmediatas:
- Las mujeres cuentan con menos tiempo que los hombres para trabajar a nivel profesional. Esto quiere decir que la mayoría de las mujeres dedican menos tiempo al descanso y a las actividades de recreación para poder “compensar” las horas menos con las que cuentan por el trabajo del hogar. La falta de descanso, a su vez, lleva a la baja productividad y al deterioro de la salud.
- Las mujeres tienen menos recursos a los cuales recurrir toda vez que las estructuras laborales (y sociales) no cuentan con perspectiva de género. Esto quiere decir que no cuentan con sistemas que funcionen y que sean accesibles para el cuidado de las personas, por ejemplo, así como tampoco con horarios flexibles u otras herramientas que podrían permitirles tener más y mejor gerencia sobre él.
- Las mujeres siguen teniendo que hacer frente a los estereotipos y narrativas impuestas sobre que son ellas quienes deben balancear su vida familiar y laboral. Aun cuando las mujeres ocupan un mayor porcentaje en la fuerza laboral, siguen haciendo frente a la carga mental y estructural objetiva de los estereotipos de género. Las mujeres deben lidiar en el ámbito laboral con el hecho de que sus colegas y supervisores les vean como “menos comprometidas” con el trabajo, mientras que sus familiares y amistades, les enfrenten por su “poco compromiso” con la familia. Este doble estándar, que no enfrentan los hombres, representa una carga insostenible para las mujeres pues no solo impacta en su salud mental, sino en las oportunidades reales de crecimiento que tienen en sus trabajos.
Resolver el problema público que representa el burnout no se va a lograr si no tenemos perspectiva de género y somos capaces de entender que nos afecta de manera diferenciada (y desproporcionada) a hombres y mujeres.
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