Desde hace un par de siglos, si revisamos la literatura existente sobre la vida laboral y productiva de las personas, la humanidad ha aumentado las horas que dedica a trabajar y, en las últimas décadas, ha disminuido drásticamente las que dedica al ocio y al descanso.
Todo el tiempo estamos pendientes de cómo aumentar nuestra productividad, cómo podemos “mejorar” nuestra capacidad de hacer más de una cosa al mismo tiempo -o de ser multitaskers– (spoiler alert: el multitasking no solo no es posible, sino que daña seriamente nuestra capacidad de realizar bien las cosas), cómo lograr tener un buzón de correo vacío, cómo podemos aumentar la velocidad de reproducción del podcast que estamos escuchando, para hacerlo más rápido. Pero vale la pena preguntarse ¿por qué hacemos todas estas acciones? La respuesta no parece ser jamás “porque queremos tener más tiempo libre para disfrutar de nuestros hobbies”, de no hacer nada, del -como bien se ha acuñado en italiano-, el “dolce far niente”.
En un estudio publicado en mayo de 2021, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alertaron que las jornadas laborales prolongadas provocaron 745,000 defunciones por accidente cerebrovascular y cardiopatía isquémica en 2016, 29% más que en 2000.
Una de las consecuencias más nocivas que nos ha traído apropiarnos de este concepto de productividad, es el burnout. Tras los trabajos excepcionales de psicólogas como Christina Maslach, en 2019 la OMS introdujo al burnout como dentro de la clasificación internacional de enfermedades. Si bien señaló que no es en específico una condición médica, la OMS definió que el burnout es un “síndrome conceptualizado como resultado del estrés laboral crónico que no se ha manejado con éxito”. Dicho síndrome se caracteriza por tener tres dimensiones:
- Sentimientos de agotamiento, cansancio extremo o disminución importante de la energía;
- Distanciamiento mental del trabajo propio, despersonalización, sentimientos de negativismo o cinismo relacionados con el trabajo; y
- Reducción de la eficacia profesional.
De acuerdo con cifras de McKinsey, el 49% de las personas empleadas sienten algo de burnout lo cual, además, es una cifra que no refleja la realidad, pues las personas con burnout son las menos propensas a contestar encuestas, mientras que quienes lo viven con mayor agudeza ya dejaron la fuerza laboral, según los estudios previos que se han hecho en la materia.
Algo que resulta importante desmitificar es que el burnout no es un fenómeno individual que se puede dar fuera del ámbito laboral. El burnout, tal como lo ha definido la OMS, se da en el trabajo de las personas y es un fenómeno estructural cuya prevención y resolución requiere de políticas específicas más allá de herramientas individuales que, si bien pueden ayudar a las personas, no resuelven el problema de fondo.
Además, no podemos dejar pasar que la pandemia ha complejizado aún más la situación especialmente para las mujeres, quienes han tenido que asumir las cargas de cuidados en mucha mayor proporción que los hombres.
Para ComingUp este tema es uno de los más importantes en el ámbito profesional puesto que no solo mina nuestra capacidad de aprovechar nuestros talentos plenamente, sino que afecta de forma profunda nuestra salud mental, física y emocional. Es por ello que en las próximas semanas estaremos compartiendo herramientas para que desde lo colectivo, podamos hacer frente de mejor manera a este síndrome.
2 comments on “La pandemia (laboral) que viene”
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